Proyecto turístico y cultural Casa Grande, en San Fernando, una realidad surgida de los sueños (VIDEO)

Hace 39 años sucumbió a la idea de irse a Estados Unidos, no sabía muy bien para qué, pero lo hizo. Por aquel entonces asistía a las aulas colegiales sin embargo su mente ya recorría otros destinos, otras posibles realidades.

Pero como la vida pasa en un santiamen cuando el trabajo se enseñorea y consume todo el tiempo, hoy nuevamente está en su natal San Fernando, moldeando y fortaleciendo un sueño que poco a poco, con el paso de los años, se enraizó en sus propósitos.

La casa patrimonial levantada hace más de 200 años por el esfuerzo de sus ancestros, y que estaba a punto de ser demolida, en la actualidad se activa cada fin de semana y en múltiples ocasiones especiales, con la presencia bulliciosa de turistas y visitantes de aquí y de allá.

Hospedaje adecuado; una gastronomía que mezcla lo tradicional con los sabores de otros lares; un centro cultural que difunde selectas muestras del arte pictórico, de la fotografía, de la música, de la danza; excursiones que a uno le sumergen en la paz espiritual al abrir los ojos frente al espejo acuático de Busa o al milenario cerro San Pablo, que se muestran y guardan en segundos al correr las cortinas de niebla, son motivos más que suficientes para estar y volver las veces que sean posibles al centro turístico y cultural Casa Grande, en la parte central del núcleo urbano de San Fernando.

Eulogio Quito y Matilde Chumi, Elías Calle y Florencia Quito, abuelos y padres de René Calle, deben estar alegres del bullicio que ahora, como antaño, se forma en la casa que desde hace muchas décadas guarda en sus paredes de adobe las queridas voces familiares y de tantos otros personajes que pasaron por ahí.

Parece que esas voces resuenan o salen de las enormes piedras que cimentan la Casa Grande, ahora remodelada en varios ambientes acogedores, cuando René relata, a grandes leguas, retazos de su historia.

Siempre fui un niño muy curioso, me gustaba bastantísimo las bellas artes, alguna vez le pedí a mi mamá que me diera la oportunidad de ir a estudiar en Cuenca en la Escuela de Bellas Artes y obtuve su permiso, junto a mis otros hermanos y hermanas.

Pero no entré, yo solo tenía 10 años y entonces tuve que estudiar en una escuela general, como el resto de niños, esperando que en el colegio se abra esa oportunidad, pero allí me ganó la idea de irme a Estados Unidos, porque se puso de moda, era 1984 o 1985, creo que soy uno de los primeros nativos de San Fernando que abrió la migración, dice.

Allá añoraba la vida de mi tierra y se fortaleció la idea de hacer algo grande cuando regrese, me preparé en la gastronomía, diseño de interiores y otras tareas que las aplico ahora que está en marcha el proyecto en la casa patrimonial.

No permitió que se caiga la casa familiar, como en la mayoría de los casos, y decidió reconstruirla, dándole una nueva funcionalidad que rescata parte de la historia y un valor agregado en la gastronomía que utiliza mucho de los ingredientes nativos de San Fernando pero también mezcla sabores y presentaciones de la modernidad.

Con estos elementos, René Calle está afirmando la idea de formar una escuela de gastronomía para instruir a los jóvenes y disuadirlos de la migración. “Yo sí creo firmemente en la capacidad de mis coterráneos”, enfatiza.

Se trata de reclutar a una buena cantidad de jóvenes para que empiecen a emprender en las artes culinarias armando negocios y así poder atraer el turismo.

Gran movimiento social

En los saltos escénicos de la conversación, René evoca nuevamente los espacios de la antigua edificación campestre.

Esta era una casa de hacienda. Amante de los caballos, mi papá los traía y parqueaba en el patio, en fila.

Años después la casa empezó a ser un lugar de mucho movimiento social y artístico, allí se efectuaron varias elecciones de la Reina del Cantón; se presentaron artistas como los hermanos Miño Naranjo, Claudio Vallejo y tantos otros.

Ahora llegan múltiples personas conocidas y desconocidas, chefs y amantes de la buena cocina que han felicitado sobre todo la calidad de las parrilladas y varios otros platos de corte caribeño y tradicionales.

Mención especial merece el rescate del gullán, fruta ancestral que abundaba en San Fernando y que contagió a los nativos de esa tierra con el sobrenombre de “los gullanes”. Bebidas, cocteles, aderezos, ají, salsas y varios otros derivados están en la lista de experimentación de la fruta, para lo cual se acompaña también la propuesta de extender las plantaciones.

Otra de las metas es llegar a patentar la producción de una marca singular de queso azul que satisfaga a los paladares más exigentes. Las pruebas están en marcha y con grandes perspectivas de éxito toda vez que San Fernando es una tierra ganadera y lechera por excelencia. En la misma línea estarán las ensaladas de berros y otros frutos silvestres.

Lo positivo de Casa Grande es que, aparte de los cortes de carne para las parrilladas, su cocina se aprovisiona, en un mayor porcentaje, de los productos agrícolas y animales menores del lugar y eso alienta el fortalecimiento de siembras y crianzas más especializadas.

El portento de la naturaleza

Tras la agradable conversación, viene el camino hacia Busa, la laguna sobre la que se tejen múltiples relatos respecto a su origen, la mayoría de ellos en el ámbito de las leyendas.

La laguna se extiende en una superficie de aproximadamente 12 hectáreas, a cinco minutos del centro cantonal de San Fernando, tiene como milenario vigía al cerro San Pablo, constituyendo un majestuoso escenario natural que convoca a la paz espiritual de los visitantes.

Chuquiraguas, chilcas, totoras y otras especies crecen en el entorno de sus orillas, formando el hogar de varias familias de aves, especialmente patos silvestres que atrapan larvas de trucha, carpa y carpín. En forma permanente las mujeres campesinas lanzan anzuelos hacia el espejo movedizo, sacando de cuando en cuando algo con qué acompañar sus almuerzos o cenas.

Al pie del San Pablo, los restos de un frondoso bosque de árboles nativos se resiste con firmeza a la acción destructiva de los humanos. Una paz profunda invade al caminar entre sus avejentados troncos y follajes.

En una parte del sendero nos encontramos con varios troncos caídos, “son los restos del antitécnico trabajo de la Prefectura del Azuay”, cuando intentaba eliminar parte de la extensión de totoras que, según informaban meses atrás las autoridades de esa institución, habían invadido el espejo de agua atentando contra la salud del cuerpo lacustre, cuenta René Calle.

Y abunda algo más. Sin conocer a fondo la problemática, la Prefectura metió una retroexcavadora por los restos del bosque nativo, cortando más árboles para intentar arrancar de raíz las totoras, no lo lograron, y peor aún, parte de los materiales extraídos fueron abandonados en la orilla para provocar mayor contaminación al agua junto a los restos de combustible y aceite filtrados de la pesada máquina. Más dañino fue el remedio que la enfermedad, sostiene Calle.

Esta crítica la realiza en un momento de descanso, mientras en la orilla del frente, en medio del espejo de agua, nos observa desde su gruta la imagen del Corazón de Jesús que, de acuerdo al relato que se hereda y multiplica entre los habitantes, fue encontrada en 1842 por el sacerdote de apellido Ordóñez.

El religioso llevó la imagen hasta la capilla del centro cantonal, pero al día siguiente nuevamente la imagen flotaba en la orilla de la laguna, entonces ordenó que se construyera la urna en el lugar y desde esa fecha la imagen no ha sido movida.

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