Por Francisco Ramírez
Mi lucha personal y profesional eterna ha sido por los derechos de las mujeres y porque se acabe de una vez por todas con las desigualdades.
Siempre levantaré mi voz por ellas, sobre todo por esas ejemplares mujeres que desde las primeras horas de la mañana hasta el anochecer laboran incansablemente para llevar el pan a sus hogares. Mi reverencia a todas las damas que cada día las veo en las calles, en sus rincones de faena, ellas son las que me inspiran a creer en su trabajo y honradez.
Y ¿dónde les veo? donde la mayoría las ignora: ya en la puerta del correo, en el portal del tradicional Hotel Cordero, en la esquina de la Sangurima y Borrero, barriendo las calles o en las veredas vendiendo con el miedo a cuestas, en las fábricas y supermercados esclavizadas y maltratadas, en muchos hogares, golpeadas por quienes dijeron amarlas, en las fronteras de la vida, sufriendo y muriendo por mejores futuros, frente a las instituciones del gobierno pidiendo justicia contra los femicidas que a cada rato atentan contra su vida, o en cada aula forjando sueños y utopías.
En casi todos los espacios buscando las noticias, en cada puesto de mercado, ofreciendo de todo, hasta miles de bondades, en las filas de hospitales mendigando un turno, en cada cama multiplicándose para aliviar el dolor de los pacientes, en la peligrosa acción contra la delincuencia, donde se juegan la vida, en cada tanque de agua lavando ropa ajena, mientras su tierno hijo duerme en sus espaldas; y, en cada pedazo de tierra cuidando las semillas para luego vender el fruto de la tierra a quienes les tienen en el olvido.
A todas ellas mi homenaje de siempre y mi compromiso de valorar siempre sus invalorables servicios a la sociedad.
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