Al parecer muy pocas personas podrían pensar que la ruralidad de Cuenca, a más de la abundante y generosa producción de la tierra para alimentar a la gente y demás especies vivas, albergaría una fantástica producción cultural y literaria en una biblioteca personal construida a lo largo de casi siete décadas, para alimentar el espíritu y la mente. Es el caso de Luis Narváez Quichimbo, hoy profesor jubilado que acumula más de 4.000 libros y otros materiales de lectura en los estantes acondicionados en un espacio de su domicilio en la Parte Baja de Sinincay Centro.
Rodeado de centenes y centenares de volúmenes, de cuyos lomos emanan los olores de la sabiduría y quizá de mejores pasados, el maestro relata cómo se sumergió en una empresa que muy pocos la entenderían.
Un día cuando estuvo en el segundo o tercer grado de la escuela, allá por 1946, le acompañó a su abuela a Miraflores a visitar a sus hermanas, al llegar allí no había niños con quienes jugar, “les vi cara de muy beatas a las tías y salí a caminar”, siguiendo una acequia, hasta lo que adivinó era el lugar donde lavaban la ropa, detrás de una piedra estaba la parte de un libro con lecturas fabulosas de cuentos y de poesía, después supo que el título del libro era “El Lector Infantil”, publicado en 1930. Al encontrarlo no tenía pasta, no tenía muchas hojas, pero lo llevó a su casa y no paró de leerlo, luego vinieron otros libros y esa fue la base de la biblioteca.
Con el dinero que le daba su padre para el almuerzo comenzó a comprar los libros que le gustaban, muchos de los cuales descansan en los anaqueles de la biblioteca personal.
A partir de 1959, cuando ya graduado en el Normal, empezó a trabajar como profesor de escuela, buena parte del sueldo lo destinó a la compra de más tesoros, en 1972 ingresó al Ministerio de Educación, en Quito, y durante cuatro años siguió incrementando la cantidad de ejemplares.
Regresó a Cuenca, a la Dirección Provincial de Educación, hasta 1993, cuando se jubiló, para entonces la estantería estaba ocupada ya por miles de volúmenes.
Lector empedernido, muchos de los libros los ha devorado por la satisfacción de encontrar en ellos los nervios vitales del acervo cultural mundial y local, otros, como los textos educativos y científicos, por necesidad de aprendizaje y enseñanza.
De escritores latinoamericanos se refiere con énfasis a Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, de los más cercanos cita a Eliecer Cárdenas, específicamente Polvo y Ceniza.
Pero además tiene colecciones de revistas, álbumes, y una bien organizada hemeroteca con recortes clasificados y comentados de artículos del ya desaparecido Diario Hoy, al que se suscribió.
Inundado por las letras de más de 4.000 volúmenes, en ocasiones ha incursionado en la producción propia, de la que muestra dos pequeñas revistas que rescatan cuentos narrados en Sinincay, “Lo que Abuelito nos Contaba”, y “Taita Yuragñahui, historia de las montañas”, pero la tentativa lo decepcionó, nadie lo apoyó, la impresión de los centenares de ejemplares tuvo que ser cubierta con sus pensiones de jubilado y no vendió casi nada, por ese mismo motivo su novela, “Libertad de la Pradera”, solo está en borrador.
Ahora no hay cómo publicar nada, es muy caro, “no es pan caliente para poder vender”, además ya casi nadie lee, solo están en el internet, en los teléfonos celulares donde por lo general se encuentra trivialidades que no enseñan nada, lamenta el coleccionista, tras señalar que la biblioteca ya pasó al patrimonio familiar y serán sus miembros quienes más adelante decidan el destino de esta joya del esfuerzo personal.
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