La falacia y nuestros muertos

 

Por Michurin Vélez Valarezo

En medio de la brutal realidad emanada de la perversa y mediocre política de atención a la crisis sanitaria derivada de la pandemia COVID19, en medio de los cadáveres insepultos y el olor a muerte que desnuda el desprecio humano, una vez más el gobierno, ausente de liderazgo, se empeña en convertir al país en el epicentro de la falacia, la prepotencia y el odio visceral a una creciente oposición que, estoicamente, mira con asombro las estulticias emanadas del poder obsesionado por salvaguardar los intereses económicos y políticos de los grupos dominantes y el mantenimiento del nefasto modelo neoliberal como alternativa para el desarrollo nacional.

La otrora ciudad Perla del Pacífico, hoy convertida en la necrópolis del Pacífico, ha sido herida y enfrenta la orfandad del poder gubernamental que, posiblemente, escribirá una siniestra página en la historia y que nos hará rememorar episodios como el de “las cruces sobre el agua”, y que bien lo podríamos denominar hoy como el de “LOS SARCÓFAGOS DE CARTÓN”.

En lugar de estar diseñando un plan económico social para superar la crisis, en lugar de estar gestionando la presencia de la asistencia internacional, en lugar de procurar el fortalecimiento de la infraestructura de salud y, de alguna manera, reconstruir la espantosa imagen internacional, los esfuerzos persisten en atribuir paranoicamente la ineficaz gestión pública al gobierno precedente y al fantasma de una oposición que, con razón de sobra, demanda el cumplimiento de políticas sociales coherentes con las propuestas del plan de gobierno que catapultó al poder al innombrable ausente del liderazgo requerido.

En medio de este marasmo político y la inercia estatal soliviantada por una prensa mercenaria y sus sicarios, la dosis de salvaje virulencia exhalada por el poder judicial para la persecución política, ha concluido en una sentencia a Rafael Correa, a todas luces espuria y pervertida, que ha terminado por herir de muerte a la justicia y la verdad como las víctimas más vulnerables de la falsedad y el odio caníbal.

Esta es quizá la mayor tragedia nacional de nuestros muertos que se llevan consigo el dolor insaciable de su sangre herida en medio del hálito de la ignominia y el maldito abandono.

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