Por Mario Cando Mora
Ilustraciones: Gerardo Machado, Claudia Machado
El 24 de mayo de 1822 se selló en Pichincha el triunfo del ejército multinacional y multiétnico grancolombiano, peruano, argentino, chileno, irlandés comandado por Bolívar y conducido por Sucre. Cinco días después todas las provincias de la Real Audiencia de Quito entran a formar pare de la Gran Colombia, parte del sueño de Bolívar por gestar la Gran Patria Latinoamericana, así lo señala el acta del 29 de mayo de 1822.
Hacia las 09h30 del viernes 24 de mayo las tropas de la compañía “Paya”, parte de la avanzada del ejército del general Antonio José de Sucre, rompen fuego y estallan las primeras acciones de la gran batalla que horas más tarde obligaría la rendición de las tropas realistas, terminando con décadas del oprobioso dominio español y logrando la independencia de Ecuador. A las primeras refriegas que asustan y ponen en apuros a las tropas realistas se suma el batallón “Trujillo” y no tardan en producirse las bajas de lado y lado. A este punto detonante las fuerzas libertarias llegan luego de una minuciosa preparación dirigida y activada por el gran estratega, según los datos de la publicación Hazte ver Ecuador que refiere la obra Batallas de Independencia Ec.
Tras el triunfo en la Batalla de Tapi o de Riobamba, el 21 de abril de 1822, las fuerzas patriotas, un tanto golpeadas por enfermedades en sus hombres, continúan la marcha hacia el norte, con la mirada puesta en la toma de Quito y la expulsión de los españoles.
El 30 de abril el ejército libertario entra en la ciudad de Ambato y sigue su avance hasta llegar a Latacunga el 2 de mayo de 1822, allí la población ayuda el general Sucre a reorganizar y reaprovisionar al ejército dotándolo de hombres, armas, vituallas, acémilas y una gran cantidad de municiones y pólvora de la fábrica ubicada en esa ciudad. Alertado de esto, parte del ejército realista se mantiene a la defensiva y en espera de una contienda con las fuerzas de Sucre.
En Latacunga, Sucre y su Estado Mayor deliberan sobre cómo y cuándo entrar en combate, conociendo que las tropas enemigas ejecutaban intensos trabajos de “organización de terreno” en la zona del Nudo de Tiopullo, y que el cuartel general realista se había ubicado en Machachi y habían enviado un gran número de tropas hacia Jalupan y la Viudita.
Finalmente Sucre recibe una buena noticia, Simón Bolívar había vencido en la Batalla de Bomboná (Colombia 7 de Abril de 1.822) a los españoles con lo que se dificultaba el envío de fuerzas auxiliares al mariscal Aymerich.
Con este informe Sucre decide movilizar a sus tropas con dirección al río Cutuchi siguiendo la ruta Garganta de Limpiopungo-ríos Pedregal y Pita- Garganta del Guapal- Sangolquí-Puengasí-Turubamba-Chillogallo-Quito con la intención de aprovechar la falta de resguardo realista en las alturas del Rumiñahui.
La marcha comienza el 11 de mayo con la conformación de una vanguardia al mando del teniente coronel Cestáris. El 13 de mayo Sucre sale de Latacunga y, siguiendo el plan, bordea junto a sus tropas los helados pliegues del Cotopaxi, avanza por la saliente de los ríos Pedregal y Pita, sube por la escarpada de Guapal y el 17 de mayo llega hasta el Valle de Los Chillos, a la hacienda del coronel Vicente Aguirre, cerca de Sangolquí, en donde descansa hasta el 19 del mismo mes.
El mariscal Aymerich había sostenido posiciones defensivas en el Nudo de Tiopullo a la espera del batallón “Cataluña” enviado por el gobernador de Pasto, coronel Basilio García, y con la plena confianza de que Sucre no intentaría cruzar los páramos del Iliniza y del Rumiñahui.
Pero entre el 14 y 15 de mayo, Aymerich se da cuenta de la serie de movimientos falsos efectuados por las huestes libertarias y ordena replegar su fuerza hacia Machachi y el 16 de mayo entra a Quito en donde planifica y prepara la defensa de la ciudad ubicando tres batallones de infantería en Turubamba, dos escuadrones de caballería en las alturas de Puengasí y al resto de su fuerza como reserva en el fortín del Panecillo.
Informado de la salida del batallón realista “Cataluña”, desde Pasto, Sucre, ya asentado en el Valle de Los Chillos, manda al coronel Cestáris desplazarse al norte con un pelotón de caballería y una compañía de infantería, a detener la llegada de estos refuerzos. El 20 de mayo Cestáris llega a Guayllabmba desde donde comunica que el batallón Cataluña ya estaba en Otavalo.
Ese mismo díael Ejército Libertador logra burlar, una vez más, el cerco realista y sobrepasa la Loma de Puengasí, posicionándose a 5 kilómetros de la caballería peninsular. Decidido a entablar combate, Sucre decide bajar hasta el ejido de Turubamba, un campo favorable a sus adversarios, pero estos repliegan fuerzas con dirección este y se ubican en la Quebrada de los Chochos.
Ante ello los libertadores realizan una serie de movimientos y el 22 de mayo ocupan Chillogallo, el mismo Sucre escribe lo siguiente: “El 22 y el 23 los provocamos de nuevo a combate y desesperados de conseguirlo, resolvimos marchar por la noche a colocarnos en el ejido del norte de la ciudad, que es mejor terreno y nos ponía entre Quito y Pasto.”
Esta acción “envolvente”, sumada a una gran cantidad de “reconocimientos” de vías, patrullajes con dirección a la loma de Puengasí, engaña a los realistas sobre el movimiento que se pretendía consumar: alcanzar la ciudad desde el ejido de Iñaquito.
El día 23 las fuerzas libertadoras nuevamente sitúan sus efectivos en Chillogallo mientras que los realistas permanecen en la loma de Puengasí.
El combate
La noche del 23 de mayo inician sus movimientos las vanguardias libertarias, la una al mando del coronel Córdova y la otra al mando del coronel Santa Cruz, quienes toman la vía Chillogallo-Pucará-Guairapungo-Unguí-Chilibulo-Lomas de la Chilena y San Juan, hacia las 08h00 del 24 de mayo llegan a las alturas del Pichincha.
Sucre, previniendo la batalla determina que una compañía del batallón “Paya” reconozca las posibles rutas de aproximación realistas mientras que el batallón “Trujillo” espera al enemigo y apoya las labores de “reconocimiento”.
El mariscal Aymerich, conocedor del movimiento libertario, reúne a su Estado Mayor muy temprano el mismo 24 de Mayo y decide que su ejército marche hacia las faldas del Pichincha, “domine las alturas y bata al ejército rebelde”, decisión bastante imprudente a causa de lo escarpado del terreno y el intento de interceptar a su enemigo en semejante altura. Las faldas del Pichincha, lugar en donde se desarrolló la batalla, están a una altura de 3.500 metros sobre el nivel del mar.
Sorprendidas en un inicio por el ataque de la compañía Paya, las fuerzas realistas se reordenan y contraatacan de manera furiosa produciendo un “boquete” en las líneas patriotas, viendo esto Sucre envía al coronel Morales con dos compañías del “Yaguachi” a detener la irrupción realista.
Como los españoles continúan con su embestida, Sucre ordena que las dos compañías del “Magdalena”, a órdenes del coronel Córdova, ejecuten un movimiento “envolvente” al flanco realista con la finalidad de colocarse detrás de las posiciones enemigas, Córdova dirige a sus huestes pero un ramal de la Quebrada Cantera le obliga a regresar sobre sus pasos a formar parte del ala izquierda de combate.
Mientras tanto, el resto de la infantería, bajo la dirección del general José Mires, quien días antes al enfrentamiento logró fugarse de la cárcel de Quito y reunirse con sus huestes, continua su avance.
Cerca de las 11h00 las municiones escasean entre las filas patriotas y el batallón “Trujillo” comienza a replegarse, entonces el coronel irlandés Daniel O Leary, uno de los edecanes Sucre, apresura el aprovisionamiento de municiones utilizando indígenas cargadores, según lo dispuesto por el jefe libertador, pero la retirada se vuelve inminente tanto es así que la caballería de la división peruana también comienza a retirarse.
En respuesta Sucre ordena al coronel Ibarra y al escuadrón de “Dragones del Sur” contener a los escuadrones peruanos y evitar su retiro del campo de batalla; aprovechando estos acontecimientos, los realistas colocan tres compañías del batallón “Aragón” en las lomas de El Placer para ganar altura y flanquear a las fuerzas patriotas de Córdova.
Al medio día llegan las municiones y se vuelve a la lucha, ante el reinicio de las hostilidades, Sucre manda al batallón “Albión” a contener el flanco derecho del batallón “Alto Magdalena”, que estaba siendo atacado por más de la mitad del batallón “Aragón” y otra unidad realista, para cortarlo e interponerse por el flanco izquierdo de la línea sostenida por el batallón “Yaguachi”.
Una vez retiradas las fuerzas peruanas, Sucre se da cuenta que debe reforzar al batallón “Yaguachi” que casi había agotado sus municiones, imparte esta orden al general Mires que desmonta, desenvaina su espada y toma la dirección del batallón “Paya” con el que carga por el flanco derecho que había quedado descubierto con la retirada de los peruanos.
Los realistas habían ganado terreno de tal forma que el batallón “Aragón” estaba próximo a coronar la altura y se hallaba parapetado dentro del bosque, en ese instante interviene el batallón patriota “Albión” que había conseguido ubicarse a mayor altura que el batallón realista, lo ataca con todo y lo vence.
Tras esta acción Sucre decide atacar con toda su fuerza disponible, directo, al centro de las huestes españolas, rompe sus líneas y alcanza la victoria. El triunfo patriota obliga a los realistas a replegarse hacia el fortín del Panecillo, siendo perseguidos por la caballería del coronel Ibarra, hasta Guayllabamba, en donde toma varios prisioneros y termina por desbandar a la infantería realista.
El coronel español Tolrá, comandante de la caballería peninsular, que se encontraba en el ejido norte de la ciudad, enterado de la derrota, también intenta dirigirse hacia el norte pero es impedido por las fuerzas de los coroneles Ibarra y Cestáris, finalmente Sucre dispone al coronel Córdova dirigirse al norte con una unidad colombiana a fin de detener el avance del batallón “Cataluña”, los derrota y acepta la rendición de 180 soldados realistas.
La batalla victoriosa dejó alrededor de 2.000 bajas entre prisioneros, heridos y muertos en ambos bandos; en este punto es pertinente destacar, tal como lo hizo el general Sucre, a un personaje que pasó a la historia como héroe nacional: el teniente Abdón Calderón de quien Sucre escribió: “habiendo recibido consecutivamente cuatro heridas jamás deseó retirarse del combate. Probablemente morirá, pero el Gobierno de la República sabrá compensar a su familia los servicios de este oficial heroico”.
El Libertador Simón Bolívar, al escuchar sobre su valentía en batalla, lo ascendió de manera póstuma a capitán y decretó «Que a la Primera Compañía del Batallón Yaguachi no se le ponga otro capitán, además «Que al pasar revista en dicha Compañía, Abdón Calderón sea considerado vivo, y que al ser llamado por su nombre, toda la tropa responda: ‘Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones.’”
Por dato de los investigadores Víctor Hugo Arellano Paredes y Mariano Sánchez Bravo, que hallaron el acta de defunción del héroe, se conoce que Abdón Calderón sobrevivió a las heridas en la Batalla del Pichincha y que habría agonizado durante 14 días. El acta especifica que Calderón falleció en casa del Dr. José Félix Valdivieso el 7 de junio de 1822 y que al día siguiente su cadáver fue sepultado en la iglesia del Convento Máximo de San Nicolás de Quito.
Así culminó la dominación española durante más de dos siglos y medio en los que se sometió a los pueblos, sobre todo en las últimas décadas anteriores al 24 de mayo de 1822, con tratos déspotas e inhumanos que motivaron varias acciones de rebeldía como la del 10 de agosto de 1809 cuando los patriotas quiteños dieron el “Primer Grito de la Independencia” e iniciaron una revolución que desembocó en la gesta de Pichincha.
Según el acta de Capitulación del sábado 25 de mayo de 1822, a las 14h00 de ese día los españoles arriaron su bandera y entregaron sus armas al Ejército de la Gran Colombia, en una ceremonia especial que tuvo lugar en un puente del fortín colonial.
Con la gesta del Pichincha, Sucre decidió a su favor la vacilante y delicada situación de Guayaquil, liberó al territorio que hoy conforma la República de Ecuador y facilitó su incorporación a la Gran Colombia.
El 18 de junio de 1822, Simón Bolívar le ascendió a general de división y lo nombró intendente del Departamento de Quito. Ese día, durante la entrada triunfal de Bolívar a la Plaza de la Independencia, una mujer le arrojó desde su balcón una corona de laurel al rostro, lo que llamó vivamente la atención del libertador. Esta mujer fue Manuela Sáenz quien participó también en las luchas de la independencia y sería nombrada coronela por Bolívar.
Al frente de los destinos de Ecuador Sucre desarrolló una positiva obra de progreso: fundó la Corte de Justicia de Cuenca y en Quito el primer periódico republicano de la época, El Monitor, a la vez que instaló la Sociedad Económica. Interesado por la educación, los investigadores afirmar que en Cuenca halló 7 escuelas y dejó 20.
El 24 de mayo de 1822 se selló en Pichincha el triunfo del ejército multinacional y multiétnico grancolombiano, peruano, argentino, chileno, irlandés comandado por Bolívar y conducido por Sucre. Cinco días después todas las provincias de la Real Audiencia de Quito entran a formar pare de la Gran Colombia, parte del sueño de Bolívar por gestar la Gran Patria Latinoamericana, así lo señala el acta del 29 de mayo de 1822, recuerda el historiador Eduardo Franco Loor.
El contexto que condujo al Pichincha
De acuerdo al historiador y Cronista Vitalicio de Azogues, Bolívar Cárdenas Espinoza, para llegar a la independencia se tuvo que pasar por grandes sacrificios históricos, con el derramamiento de mucha sangre el 2 de agosto de 1810, en Quito, o la Batalla de Cashicay y la Batalla de Verdeloma, en 1820, en el caso del Austro.
Pero antes de Pichincha hay dos hechos gloriosos, la Independencia de Cuenca, el 3 y 4 de noviembre de 1820 y un hecho que por 202 años casi se ha mantenido oculto, sin que se conozca de manera concreta las razones para ello.
El sábado 4 de noviembre de 1820 el prócer residente en Azogues, capitán de Caballería Juan Vicente Monroy, dio el grito libertario en esa ciudad. Como recibió el correo del grito libertario de Cuenca, el día anterior, Monroy convocó a los pobladores insurgentes que ese sábado estaban en la feria, para salir a apoyar la revolución de Cuenca. Al avanzar la caravana por Chuquipata, un pueblo de 23 casas que ese día estaba desolado, se incorporó el cura Javier Loyola, de 60 años de edad, también en solitario.
Al enterarse de la llegada de los pueblos del norte, desde Azogues, con muchos campesinos que se sumaron en el camino, el pueblo de Cuenca se concentró en El Vecino, ese entonces un lugar muy apartado de la ciudad, donde en 1811 se instaló un destacamento militar de los realistas españoles.
Reunida allí la población, ya cerca de la noche de ese sábado tomó el camino angosto de El Chorro y llegó a la Plaza Central, custodiada por cuatro cañones, uno por cada esquina, y 109 soldados. Al constatar la llegada de la multitud los realistas abandonaron las armas, entregaron el cuartel y huyeron en diferentes direcciones, así, Azogues fue la portadora del broche de oro que selló la Independencia de Cuenca.
Luego de las gestas de Cuenca y Azogues, el líder José María Vázquez de Noboa convocó a todos los pueblos, a los gremios de militares, comerciantes, agricultores, artesanos, al clero, a enviar delegados, o diputados, con los que se constituyó el Consejo de la Sanción que el 15 de noviembre de 1820 aprobó la Constitución de la República de Cuenca que duró apenas 35 días.
El aciago miércoles 20 de diciembre de 1820 los realistas españoles se concentraron en Verdeloma, un poblado cercano a Biblián, y masacraron a los independentistas, entonces regresó triunfante el comandante realista Francisco González y le sometió a Cuenca a los más grandes vejámenes, sacrificios y tormentos a lo largo de 1821.
El 21 de febrero de 1822 retornó la vida a los pobladores cuencanos con la llegada del general Antonio José de Sucre, junto a 1.200 soldados facilitados por el general José de San Martín y conducidos por el coronel Andrés de Santa Cruz.
Sucre permaneció en Cuenca 50 días y el 12 de abril de 1822 se dirigió a Quito, incrementando su caballería con el triunfo en la Batalla de Tapi, cerca de Riobamba, el 21 de abril, gesta que independizó a esa ciudad.
La obra documentada del historiador Alfonso María Borrero, “Cuenca en Pichincha”, destaca el real valor de las insurrecciones de Cuenca y Azogues en la gesta de Pichincha, además, Cuenca, junto con Azogues, Biblián, Cañar, Chuquipata, Déleg aportaron con 800 hombres y alrededor de 173 reses, un gran cargamento de granos y otros ingredientes para el alimento de las tropas, destaca Cárdenas Espinoza.
Algunos historiadores han interpretado que la Batalla de Pichincha fue el resultado de una suma de procesos y acontecimientos políticos, económicos y sociales a nivel internacional y local que desembocaron en el descontento popular.
Estos procesos, dicen, se gestan a inicios del siglo XIX, con la liberación de Haití en 1804, y culminan en 1824 con las batallas de Junín y Ayacucho que liberan al Virreinato de Perú de la corona española. Sus raíces se ubicarían en los conflictos políticos europeos generados por Napoleón Bonaparte que desembocaron en la independencia de las Trece Colonias de Norteamérica, en 1776, y la Revolución Francesa, en 1789.
Sin embargo, Bolívar Cárdenas Espinoza ubica la génesis de la furia libertaria en el propio suelo suramericano.
Tupac Amaru
En 1780 y 1781 brilló por sus acciones libertarias el cacique José Gabriel Condorcanqui Noguera (en quechua kuntorkanki “Tú eres un cóndor”), Tupac Amaru II, junto con su esposa Micaela Bastidas Puyucawa. Ellos protagonizaron un gran levantamiento con varias exigencias “sencillas” pero de enorme afrenta para los realistas.
Las exigencias: supresión de gravámenes y explotación (impuestos de aduana y alcabalas, repartos forzosos de mercancías); liberación de los esclavos que se unieran a su causa; acatamiento de la religión católica; ruptura con España y restauración del poder Inca bajo nuevas formas (Bando de coronación de José Gabriel Túpac Amaru como “José Primero, por la gracia de Dios Inca Rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y Continentes de los Mares del Sur […]”, fechado en el “Real Asiento de Tungasuca, cabeza de estos reinos” el 18 de marzo de 1781); y unión de todos los peruanos (los “paisanos” o “compatriotas”, sin distinción de razas) en contra de los que llama “europeos intrusos”.
La rebelión tupamarista comenzó el 4 de noviembre de 1780 (nueve años antes de la Revolución Francesa), con la detención del corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga, que seis días después fue ejecutado públicamente en la plaza de Tungasuca. A partir de ese momento, y desde su epicentro en la provincia de Tinta, la rebelión se expandió con gran rapidez tanto hacia el norte, hasta el Cuzco, como hacia el sur, llegando hasta el lago Titicaca para penetrar finalmente en territorio de la Audiencia de Charcas, hoy Bolivia. Se movilizaron decenas de miles de personas, tanto entre los rebeldes como por parte de las autoridades coloniales, siendo los principales hechos de armas la batalla de Sangarará, el asedio del Cuzco y la batalla de Tinta.
El 18 de noviembre de 1780, en Sangarará, se produjo la primera gran victoria militar de los rebeldes, que fue también una gran masacre al ejército español, murieron cerca de seiscientas personas que se habían refugiado en la iglesia, mientras entre los rebeldes hubo quince muertos.
La noticia de los sucesos de Sangarará provocó el temor y la desbandada en el Cuzco, donde el corregidor promulgó un bando prohibiendo abandonar la ciudad y prometiendo acceder a todas las peticiones formuladas por los rebeldes, a la vez que el obispo Juan Manuel Moscoso excomulgó a Túpac Amaru y a todos sus seguidores, reforzándose en adelante la beligerancia de la jerarquía eclesiástica y el clero contra el movimiento tupamarista.
Tras la victoria de Sangarará, Túpac Amaru tenía abierto el camino hacia el Cuzco pero no se decidió avanzar hacia la ciudad donde creía tener muchos apoyos y tal vez confiaba en poder tomarla por medios pacíficos, error táctico que dió tiempo a las autoridades virreinales coloniales a organizar la defensa.
El 28 de diciembre inició el asedio del Cuzco, que duraró hasta el 10 de enero de 1781, cuando tras haber librado tres duros combates sin conseguir tomar la ciudad, Túpac Amaru ordenó la retirada, en una decisión que se considera prematura y poco acertada militarmente. Poco después llegaron las tropas enviadas desde Lima al mando del mariscal José del Valle, de manera que a comienzos de marzo había en la zona un ejército de más de 18.000 hombres, de los cuales más de 14.000 eran indios. El 6 de abril se produjo la batalla de Tinta, que terminó en la derrota y captura de Túpac Amaru y otros jefes rebeldes y miembros de su familia.
Tras el correspondiente juicio, el visitador José Antonio Areche dictó sentencia el 15 de mayo de 1781 condenando a muerte a José Gabriel, a su esposa, sus hijos y otros reos.
Sometidos los revoltosos, los realistas obligaron a Tupac Amaru II a constatar la tortura y muerte de su esposa Micaela, de sus hijos, así como de la cacica Tomasa Tito Condemayta. El último de los hijos, Fernando, de 10 años, presenció la muerte de su madre, de sus hermanos y de su padre.
Para abatir al cacique, los realistas instruyeron a cuatro jinetes a atar cuerdas en los brazos y piernas del rebelde y tirar con los caballos en las cuatro direcciones y desmembrarlo, sin poder lograrlo por su contextura física, entonces lo mataron a culetazos.
Su hijo menor, Fernando, de 10 años, al ser testigo de la agonía de su padre lanzó un grito desgarrador, grito que por muchos años repercutió en el corazón de todos los concurrentes, acrecentado su odio contra los opresores. Fue este grito la sentencia de muerte de la dominación española en la América del Sur, en palabras del geógrafo y viajero inglés Clement Markham, quien visitó el Perú numerosas veces a mediados del siglo XIX.
Tras su muerte, el cuerpo de Túpac Amaru fue despedazado; su cabeza fue colocada en una lanza para ser exhibida en Cuzco y Tinta, sus brazos en Tungasuca y Carabaya, y sus piernas en Livitaca, actual provincia de Chumbivilcas, y en Santa Rosa, actual provincia de Melgar, Puno. De igual forma despedazaron los cuerpos de su familia y seguidores, y los enviaron a otros pueblos y ciudades, según el documento español “Distribución de los cuerpos, o sus partes, de los nueve reos principales de la rebelión, ajusticiados en la plaza de Cuzco, el 18 de mayo de 1781”, referido por los historiadores.
Luego de la masacre, el niño de 10 años fue llevado a pie, a lo largo de 600 kilómetros, hasta el puerto de Callao, y de allí en barco hasta una mazmorra española en África, pero la providencia hizo que lo dejen en una cárcel de España, donde durante 15 años escribió cartas que están recogidas en los libros de los historiadores actuales de Perú, señala por su parte Bolívar Cárdenas.
Estos sacrificios no han sido estériles y a raíz del gobierno del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975), Túpac Amaru II es considerado un fundamental precursor de la Independencia de Perú, al igual que sus compañeros levantados en armas.
Como consecuencia del levantamiento de Túpac Amaru, los realistas reaccionaron con temor, y como precaución, en lo que ahora es el Austro ecuatoriano se inició una especie de contraloría con visitas a los pueblos para verificar si había cobro excesivo de diezmos, tormentos, sacrificios, explotación, abusos del clero.
Además, se preocuparon de que cada pueblo tenga su cura párroco y a los más alejados los elevaron a la categoría de parroquia y dotaron de sacerdotes para que los feligreses no tengan que caminar grandes distancias en el cumplimiento de la asistencia a las misas. El sacrificio de Túpac Amaru II, el primero en América, hizo metástasis en el pensamiento de Eugenio Espejo y de los patriotas que en Cuenca, la madrugada del 21 de marzo de 1795, pegaron varios anónimos en contra del despotismo español, recuerda Cárdenas Espinoza.
Los héroes anónimos
En la batalla de Pichincha sobresale el nombre del cacique Luis Tipán, “El Chasqui de la Libertad”, hijo de un realista acérrimo, pero un enorme defensor de la libertad. Los mensajes claves que debió conocer Sucre respecto al desplazamiento de las tropas enemigas los llevó Luis Tipán.
Relacionado con el Austro hay un hecho esencial. Cuando Sucre estaba en Samborondón, en 1821, para proteger la ciudad de Guayaquil habían colocado en su entorno 10 goletas con cañones, pero se sublevó un traidor de nombre Ramón Ollagues, quien comienzó a atacar la ciudad, allí entró en acción el Cuerpo de los Cívicos de Honor integrado por los patriotas cuencanos y azogueños vencidos en la trágica Batalla de Verdeloma, según los documentos recogidos por los historiadores Alfonso María Borrero y Alberto Muñoz Vernaza.
En la nómina del Cuerpo de los Cívicos de Honor, con Vázquez de Noboa, Hidalgo de Cisneros, entre otros, sobresale el nombre de Juan Vicente Monroy, prócer de la Independencia de Azogues, quien junto a sus compañeros, la mayoría anónimos, obligaron el repliegue y la fuga de Ollagues a Panamá, relata Cárdenas Espinoza.
Otro hecho durante la misma estadía de Sucre en Samborondón. Aymerich, que bajaba de Quito, instruyó a Francisco Gonzáles, el verdugo de Verdeloma, que salga de Cuenca y se dirija a Guayaquil para cercar a Sucre entre dos fuegos. González cogió rumbo, pernocató en Cañar donde se conocía que él debía dirigirse a Alausí, pero en el camino se desvió a la izquierda, hacia Quebrada Honda, por una ruta abierta por el corregidor Bartolomé Serrano, de ello se dio cuenta el patriota cañarejo Miguel del Pino y Jijón, tomó su caballo y en dos noches y un día llegó a Yaguachi, donde ya se encontraba Sucre, quien enfiló sus tropas para recibir a González, en la Batalla de Yaguachi, destrozando a los realistas. La Batalla de Yaguachi fur ganada por el mensaje estratégico que llevó un patriota desconocido, un héroe casi anónimo, destaca el cronista vitalicio.
En forma paralela, el Dr. Santiago Bermeo, quien llegara a ser miembro de la Corte de Justicia de Cuenca, en 1822, creada por Sucre el 30 de marzo del mismo año, y que entonces era alcalde de Cañar, al ver la llegada de Francisco González con sus tropas, le hizo desaparecer en Juncal alrededor de 10.000 raciones y 100 reses, dejando a los batallones sin comida.
Pinchopata, el hijo de pura sangre que enfrentó a los españoles
En el escenario de los protagonistas anónimos que pelearon por la independencia de Cuenca, el 3 y 4 de noviembre, y el 20 de diciembre de 1820 en la Batalla de Verdeloma, no podía faltar el caso de 11 nativos de lo que hoy es Gualaquiza, Morona Santiago. El historiador Octavio Cordero Palacios hace una magnífica reseña del episodio en su libro “Crónicas documentadas para la historia de Cuenca”.
“Alguien más intervino en el combate de Verdeloma, el más aguerrido y soberbio, indudablemente, de los héroes de ese día. LLamábase Pinchopata, jefe de la tribu de Los Gualaquizas. Véase el cómo se da su intervención.”
En 1816, el padre Fray Antonio José Prieto, del Colegio de Misiones de Santa Rosa de Ocopa, “descubrió las Jibarías de Gualaquiza y Bomboiza”. Para catequizarlas fue desde Cuenca el presbítero José Fermín Villavicencio. En 1820 instaló la casa conventual.
Brazo derecho del sacerdote era el lojano José Suero, quien se ganó el corazón de Pinchopata.
En 1820 las tribus vecinas atacaron la sede conventual ocasionando una “terrible matanza”. Suero, Pinchopata y otros 10 nativos lograron escapar luego de una valerosa defensa y llegaron a Cuenca, donde encontraron la protección de Don Antonio Díaz Cruzado. La vinculación al movimiento independentista fue inmediata.
Tras el terrible revés en Verdeloma, para proteger a los nativos orientales de la aproximación de las tropas de Aymerich, Díaz Cruzado envío a los 10 compañeros de Pinchopata a Chaucha, donde un colono los secuestró y vendió en Balao.
Al enterarse del delito, José Suero, que sobrevivió a la masacre de Verdeloma, en 1822 y 1823 denunció el hecho al gobierno de Colombia, logrando reunirlos nuevamente en libertad, pero ya solo a cuatro, un hombre y tres mujeres, a quienes llevó a Loja, donde murieron poco después.
“Nada sabemos de la suerte de Pinchopata después de Verdeloma. ¿Murió allí? ¿Sobrevivió a la derrota? Solo hay que citar que el Ejército Realista que nos venció en Verdeloma se componía casi en su totalidad de españoles, los Dragones de Granada. “Bien estuvo que interviniese Pinchopata. El hijo de pura sangre de la raza vencida, con los hijos de pura sangre de la raza vencedora, hasta ese día”, subraya Octavio Cordero Palacios.
Mujeres en la insurrección
Acciones clave fueron cumplidas por las madres, esposas, hijas, hermanas, sobrinas y más familiares de los patriotas, las heroínas anónimas bautizadas despectivamente como “guarichas”.
Los relatos evidencian que durante la etapa de la independencia la participación de las mujeres en la política era más amplia de lo que se conoce, pero esa presencia va mucho más atrás en la historia, en diferentes partes de lo que hoy es el territorio ecuatoriano y en diferentes circunstancias. Sus luchas tienen un objetivo central: la defensa de los derechos de la población oprimida y la participación en la vida pública, en el comercio, en la salud, en la educación, en la política, resume la historiadora Ana María Goetschel.
En 1776, las valientes mujeres de Baños, Tungurahua, se levantaron contra los tributos y abusos de los guardias y administradores de estancos.
En 1777, Manuela Cuascuota y Manuela Lonchango lideraron en Cayambe, actual provincia de Pichincha, el levantamiento contra el sistema de marcar a los indígenas con herrajes para cobrar la aduana. “Que muera el mal gobierno, que viva nuestro partido. Que muera la aduana.”, fueron las principales consignas que se acuñaron en el alzamiento, reseña Mario Mullo Sandoval en su artículo “Las luchas indígenas del Ecuador”, publicado en la revista América Latina en Movimiento.
En 1780, contra los abusos de los patrones y terratenientes se produjo el motín de las recatonas en Pelileo y el alzamiento de indios y mestizos de Quisapincha e Izamba, hoy provincia de Tungurahua. Como respuesta fueron apresadas y ahorcadas las indias Rosa Señapanta, Nicolasa Litapuso y María Tusa, en tanto que sus casas y reservas de trigo y cebada fueron incendiadas y reducidas a ceniza. Igual suerte corrieron otros rebeldes.
En el mismo año, en la ciudad de Baños, provincia de Tungurahua, se produjo la rebelión de “las mujeres cabezas rapadas” contra la imposición del estanco de aguardiente. El visitador Solano de Salas sentenció a Martina Gomes a 200 azotes, también le raparon la cabeza y cejas; a Juana Sánchez y Andrea Velastegui 100 azotes, a Manuela López y Balentina Balseca, 50 azotes.
Las mestizas Baltasara Chuiza, en Guano, y Lorenza Avemañay, en Guamote (1803), hoy provincia del Chimborazo, tuvieron papel protagónico en la rebelión de mestizos e indios contra la aplicación de la Cédula Real del 10 de noviembre de 1776, que impuso un censo general de población en los dominios españoles, en el corregimiento de Riobamba, para el establecimiento de impuestos, entre ellos “la aduana”.
La represión fue violenta, por sorteo, Baltasara Chuiza fue decapitada y cortada sus manos para exhibirlas ante los amotinados, como escarmiento, junto a otros cuerpos descuartizados, de varones.
Entre 1780 y 1810 las cacicas y hermanas Titusunta Llamota estaban al mando de indios y manejando relaciones de poder y varias negociaciones junto a otros caciques, en la Sierra centro norte.
En la época colonial, además de ser madres, esposas e hijas, varias mujeres administraban el patrimonio familiar y estaban integradas al comercio y los oficios. En Quito y Cuenca era mayoritaria la presencia de mujeres indígenas en los mercados urbanos.
También hacían presencia en el cuidado de la salud como curanderas, basadas en sus conocimientos ancestrales, aunque a algunas eso les acarreó consecuencias, como el caso de María Barreto y Navarrete, que en 1736 fue condenada en Guayaquil por funcionarios del Santo Oficio, acusada de brujería, y desterrada a Lima, donde a sus 35 años de edad fue paseada públicamente sobre un burro, desnuda y azotada.
A finales del siglo XVIII, la esclava guayaquileña María Chiquinquirá entabló un juicio contra su amo, exigiendo la libertad. Los 200 folios del expediente judicial recogen las voces de su madre y de muchas otras personas que defienden los derechos de la demandante y de los suyos propios.
Los casos reseñados revelan una realidad compleja en la cual libres y esclavos, poderosos y subalternos, construyen estrategias para mantener o construir espacios de poder, de superación o de supervivencia.
A pesar que los esclavos se ubicaban en la última escala social, “éstos no fueron meros objetos de producción y de intercambio comercial, sino que desarrollaron prácticas cotidianas y estrategias para obtener mayores espacios de movilidad, de independencia e incluso la libertad”, reseña Ana María Goetschel.
En el caso de la independencia de Cuenca se tiene el aporte cívico, altruista, desprendido, de Susana Bobadilla, quien junto a varias mujeres amasó y distribuyó 2.000 raciones de pan a las tropas independentistas, Antonio José de Sucre exteriorizó un sentido agradecimiento y reconocimiento al grupo de mujeres cuencanas. Hay que sumar los nombres de Margarita Torres, Teresa Ramírez y Astudillo, Baltasara Calderón.
En el caso de Guayaquil está la dama de extraordinaria belleza y esposa del general José de Villamil, quien para cumplir el capricho juvenil de Isabelita Morlás, hija del Tesorero del Cabildo de Guayaquil, don Pedro Morlás, el 1 de octubre de 1820 organizó una fiesta en su casa, a la que asistieron las más destacadas personalidades de la ciudad, y a la que también fueron invitados los militares venezolanos del Batallón Numancia, León de Febres-Cordero, Luis Urdaneta y Miguel de Letamendi, simpatizantes de las ideas independentistas, que se encontraban de paso por Guayaquil.
En un determinado momento de la fiesta, y mientras las parejas bailaban animadamente en el salón principal de la casa, don José de Antepara fue reuniendo discretamente, en una habitación apartada, a varios patriotas que ya habían manifestado sus deseos de libertad.
Dicha reunión secreta, en la que estuvieron presentes Vicente Ramón Roca, Diego Noboa, Luis Fernando Vivero, Antonio y Francisco Elizalde, Francisco de P. Lavayen, Manuel de J. Fajardo, José Correa, Rafael María de la Cruz Jimena, Manuel Antonio de Luzarraga, los tres militares venezolanos, y varios patriotas más, fue llamada por Antepara “La Fragua de Vulcano”, y en ella nació la Revolución del 9 de Octubre de 1820, que dio la independencia a Guayaquil y abrió las puertas de la libertad a todos los pueblos de Quito.
En el caso de la Batalla de Pichincha hay que destacar los nombres de las lojanas Nicolasa Jurado e Inés Jiménez, y la ambateña Gertrudis Esparza, quienes se disfrazaron de soldados varones para enrolarse al ejército libertador con los nombres de Manuel Jurado, Manuel Jiménez y Manuel Esparza. El arrojo y valor de Nicolasa Jurado le mereció el ascenso al grado de sargento, por orden de Sucre, y recibió el alta para que regrese a su casa a sanar sus heridas.
Manuel Jiménez y Manuel Espalza continuaron en el ejército de Sucre hasta la batalla de Ayacucho, Perú, que fue la contienda final que libertó a las colonias españolas de Sudamérica, luego fueron condecoradas con sus nombres de mujeres.
Ramona Castillo se llamó una humilde guayaquileña que se ofreció como enfermera voluntaria del batallón formado por guayaquileños, llamado Yaguachi, e intervino en los combates que se suscitaron durante la marcha de Yaguachi a Pichincha; gravemente herida murió en Riobamba junto a varios compañeros que también ofrendaron sus vidas.

Tránsito Amaguaña, líder de las luchas sociales en el siglo XX
Respecto a Margarita Torres, madre de Tomás Ordóñez, hay referencias que en su casa, desde 1809, se reunían en forma clandestina los patriotas independentistas cuencanos, siendo de alguna manera la Manuela Cañizares de Cuenca, dice Bolívar Cárdenas.
La noticia del levantamiento del 9 de octubre de 1820, en Guayaquil, llegó a Cuenca el domingo 15 de octubre, al siguiente día, Tomás Ordóñez, Joaquín Salazar y Lozano, Manuel Chica, entre otros, acudieron ante el gobernador Antonio Díaz Cruzado a pronerle que convoque a un Cabildo abierto para proclamar la independencia, en forma pacífica. El gobernador se allanó a la propuesta y le informó de ello al comandante militar Antonio García Trelles, quien le sometió a prisión.
Entre el 15 de octubre y el 3 de noviembre de 1820, de hecho que los patriotas tuvieron reuniones clandestinas y de planificación estratégica en la casa de Margarita Torres, sostiene el historiador.
El 1 de noviembre, aprovechando que los feligreses salían de la misa en la capilla de San Marcos, en Todos Santos, Tomás Ordóñez los invitó a celebrar un cabildo abierto, la gente le aceptó y acudió a la casa consistorial en la Plaza Central (Parque Calderón). El corregidor Antonio Jáuregui le increpó a Tomás Ordóñez por la alteración del orden y le cerró las puertas, frustrando el cabildo abierto. El 2 de noviembre acudieron a El Valle a planificar las acciones inmediatas.
No se ha identificado aún el lugar de las reuniones pero la mención de la parroquia lleva a interpretar que allí se desarrollaba una nueva “Fragua de Vulcano”. Documentos del escribano de la Corte de Justicia, Jerónimo Illescas, hablan del asunto al deslindarse de la versión de dos damas cuencanas acusándolo de estar en esa reunión. Yo no estuve en la parroquia El Valle con el Dr. Vázquez de Noboa en junta de patriotas y reclutando gente, argumenta el escribano. El 3 de noviembre se desató la insurrección.
Las Manuelas
Mención aparte merece la incidencia de “las Manuelas” en las acciones independentistas.
Según la historiadora y socióloga ecuatoriana, Jenny Londoño, la importancia de Manuela Sáenz no radica en haber sostenido una relación sentimental con el Libertador Simón Bolívar, se la valora por ser la «combatiente que rompió con las estrictas normas vigentes en ese entonces, vistió uniforme militar, aprendió a usar armas, desarrolló tácticas de espionaje para ayudar a los planes independentistas».

Ilustración tomada de Twitter Luisa Maldonado
A los 22 años de edad inició sus actividades patrióticas, luego de contraer matrimonio con el comerciante inglés James Thorne y radicarse en San Sebastián de Lima, Perú. «No era cierto que la actividad militante de Manuela en la causa libertaria de los pueblos grancolombianos hubiese empezado a partir de su relación con el Libertador», dice Londoño.
En Lima, junto a la guayaquileña Rosita Campuzano, arriesgó su vida para filtrar información sobre los avances hacia Perú del independentista argentino José de San Martín, desde el sur, y Bolívar desde el norte. Por estas acciones ambas fueron galardonadas con la Orden del Sol del Perú y se les dio el grado de Caballeresas del Sol.
Después de separarse de su esposo por haberla engañado, regresó a Quito, donde hizo amistad con el general Antonio José de Sucre. Junto a él participó en los preparativos de la batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1822, que selló la emancipación de Ecuador.
Regresó a Perú donde participó en la batalla de Ayacucho, junto a Sucre. En una carta a Bolívar, Sucre describe que Sáenz «se ha destacado particularmente por su valentía; incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando avituallamiento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos; rescatando a los heridos.»
Durante su relación sentimental con Simón Bolívar, Manuela Sáenz se estableció en Bogotá, donde desde muy temprano sospechó de la traición que planeaba el general Francisco de Paula Santander. Su instinto no estuvo equivocado. En septiembre de 1828, en el palacio de San Carlos, 12 conjurados intentaron asesinar a Bolívar mientras dormía, pero Manuela los despistó y alertó a su compañero para que escapara por una ventana. Este acto le mereció el título de Libertadora del Libertador.
Tras la muerte de Bolívar, el 17 de diciembre de 1830, y la separación de la Gran Colombia, Manuela siguió defendiendo el proceso, pero en 1834 fue expulsada de Bogotá. En Ecuador fue rechazada por Vicente Rocafuerte. Finalmente fue aceptada en Perú, donde fue confinada al pequeño puerto de Paita, al norte del país.
En sus últimos años Manuela «trabajó haciendo dulces, vendiendo tabaco a los viajeros en una pequeña tienda, sirviendo de intérprete a viajeros ingleses o franceses que llegaban de lejanas tierras.»
Manuela Espejo fue hermana de Eugenio Espejo y compartió con él su inmensa y selecta biblioteca y lo cuidó durante su prisión hasta su muerte. Estuvo casada con José María Lequerica, diputado de las Cortes de Cádiz.
En la casa de Manuela Cañizares, la noche del 9 de agosto de 1809 se reunieron los patriotas, bajo la apariencia de una de las tantas tertulias sociales, para preparar el grito libertario, que tendría lugar el día siguiente con la proclamación de la Junta Soberana de Quito.
En un momento de debilidad de los asistentes que pudo hacer fracasar el movimiento, Cañizares demostró toda su energía para reencaminarlos al objetivo central, convirtiéndose en le heroína espiritual de la gesta libertaria.
En la casa de Ana Garaicoa de Villamil, en medio de una celebración social, se efectuó la reunión llamada “La Fragua de Vulcano”, en la que los patriotas juraron su participación en la Independencia de Guayaquil, el 9 de octubre de 1820. Ella, sus hermanas e hijas, participantes activas en la independencia del puerto, han sido llamadas “Las Madres de la Patria”.
Hay que señalar que cuando Sucre salió de Cuenca, lo hizo con aproximadamente 3.500 hombres, ¿quiénes les preparaban los alimentaban si no las mujeres?, otras ayudaban a faenar las 133 reses que llevaron desde esta ciudad, 40 de Cañar, otras ayudaban a llevar los alimentos de los soldados y también de los caballos y acémilas, al igual que los pertrechos de cocina, carpas y otros implementos vitales, subraya Cárdenas Espinoza.
En los difíciles caminos para la libertad nunca dejaron de estar las madres, esposas, hijas, hermanas, detrás de los soldados, en un número casi igual al de ellos, caminando al mismo paso, cargando niños, ollas, alimentos y demás vituallas y engrosando el fundamental núcleo de apoyo, el ejército de héroes anónimos que debe ser reivindicado.
Excelente artículo de investigación histórica distinguido amigo y periodista. Un lujo