De la enorme aridez en Cachipamba, en pocos años se pasó a la frondosa fertilidad, unas “obreras” especiales lo lograron (VIDEO)

Donde casi todos lo brotes verdes habían sido asfixiados hoy se puede acampar bajo la sombra.

Hasta antes de 2014 la aridez casi total reinaba en las pampadas, laderas, ondulaciones, quebradas de Corrraleja, hacia la parte occidental del cantón Nabón, partiendo desde La Paz.

De cuando en cuando, raleando a grandes distancias, en las siluetas de los horizontes se divisaba sobre los tejados avejentados y ennegrecidos de las casas de adobe, la fuga de las humaredas salidas de los últimos faiques quemados en hojarasca, ramas secas o carbón.

Durante décadas, los bosques primarios de faiques, mizcles, algarrobos, vainilllos fueron sacrificados por los campesinos que descubrieron en esas especies, materiales ideales para hacer carbón de muy buena calidad. La baja conciencia ambiental derivada de los deteriorados niveles educativos, sumada a los agresivos niveles de pobreza y pobreza extrema hicieron lo suyo.

De acuerdo a la información del Gobierno Municipal, Nabón tiene una población de más de 15.000 habitantes, el 6.9% en la zona urbana y el 93.1% en la zona rural. Alrededor del 23% de la población es analfabeta, la escolaridad media en el área rural es de 3.6 años.

Nabón está considerado como el noveno cantón más pobre de Ecuador, con un 87.9% de pobreza y un 55.7% de indigencia. Estos datos nos relevan de cualquier otro comentario.

Pero los datos estadísticos y demográficos no siempre son determinantes e insalvables. Hacia finales de 2014 llegó a la zona un personaje ya marcado por la experiencia en la regeneración de suelos agrícolas y sobre todo sembrado de sueños alocados. Corraleja sí puede volver a respirar verdor y vida nueva, solo necesita recuperar sus pulmones, se prometió en una especie de penitencia espiritual.

Con esa idea, Pablo Webster y el colectivo ambiental Somos Azuay se trazaron la meta de repoblar los bosques arrasados por la necesidad de tener algunas monedas. No llevaron jornaleros descamisados y quemados por el sol sino un ejército super raro: gallinas y vacas, sí, como lo leen, gallinas y vacas.

Adecuado un pequeño espacio en la hondonada de Corraleja, a 2.000 metros sobre el nivel del mar, Pablo Webster puso a trabajar al primer “batallón de gallinas y vacas. Unas tres o cuatro decenas de aves empezaron a remover con su patas la endurecida tierra y a abonarla con sus restos orgánicos; una decena de vacas comenzó a alimentarse de las semillas de los contados árboles sobrevivientes y de otros escasos brotes vegetales, colocando con sus depósitos orgánicos las semillas de los nuevos brotes vegetales, en varios sitios, en sus largas caminatas diarias.

A la final, la mayoría de las siembras de ese “ejército” raro empezó a dar los resultados deseados y el bosque arrasado décadas atrás empezó a enseñorearse nuevamente en las pampadas, laderas, ondulaciones y quebradas de Corrraleja.

Las gallinas siguen bajo la protección humana, las vacas hace rato consiguieron su “boleta de libertad” y en la actualidad andan completamente libres por los nuevos prados, cumpliendo su misión inicial. Con el paso de los años seguramente se reprodujeron y ahora será una nueva manada la que anda por los senderos, bajo la mirada vigilante de las cerca de 200 familias que viven en Corraleja, Puetate, Napa, San Isidro, Yanallpa y en los alrededores, y que saben del beneficio que generan. Seguramente las primeras obreras, cansadas de su largo trajinar, ofrendaron sus vida para pincelar de verde los entornos y alimentaron a los cóndores que no se resistieron a solazarse con la nueva explosión de vida.

La invasión del verdor

Hoy, hacia el lado de Cachipamba, en unas 200 hectáreas, se nota en forma marcada el espacio verde, frondoso y vital, mientras que en el lado que corresponde a Apangora se extiende hacia lo lejos la tonalidad amarillenta de la infertilidad, de los lomos pelados de las ondulaciones montañosas, de los que por azar se esfuerzan en mantenerse en pie uno que otro raquítico faique, allí hace falta reforestar por lo menos unas 2.000 hectáreas, puntualiza el ambientalista. Al fondo de estos contrastes, tras una sucesión de bajas montañas, se encuentra el valle de Puetate, limítrofe con el cantón Oña; y, extendiendo la vista hacia el oeste, desde nuestra posición, se divisa las estribaciones de Santa Isabel.

Tras una media hora de rodar desde la atalaya en lo alto de la hondonada, por un serpenteante y estrecho sendero, el vehículo cuatro por cuatro conducido por Pablo llega a la zona cero en donde la danza de la vida es impactante.

En forma previa hace una parada junto a una casa de adobe en cuya entrada descansa, no se sabe por cuántos años, una piedra de gran tamaño labrada con las fases de la danza de la luna alrededor del planeta Tierra: luna tierna, luna creciente, luna llena, luna menguante: Al parecer esa piedra es un vestigio de la presencia de los Cañaris en la zona, sostiene Webster. Las fases lunares están estrechamente ligadas al calendario agrícola de las comunidades andinas.

Piedra tallada con las fases lunares.

Antes la gente sembraba con la luna, cosechaba con la luna, toda la productividad agrícola estaba ligada a las fases lunares y esa práctica se mantiene en Cachipamba, reitera.

En la luna tierna preparamos la tierra para la siembra, el cuarto creciente es para las deshierbas y los trasplantes, el cuarto menguante y la luna llena para cosechar. Cada mes tiene las cuatro fases lunares de 8 días cada una. Yo prefiero la luna tierna para sembrar, cuando la energía está abajo, y me ha dado mejor resultado. Me guío mucho por al almanaque Bristol que tiene ya más de 200 años de circulación, hay gente que lo utiliza para la pesca y otras actividades, hasta para cortarse el pelo, relata.

El verdor está por todos lados y en no pocas veces dificulta la caminata. En el trayecto sale al paso un huerto de grandes y robustas hortalizas: lechugas, coles, brócoli, coliflor, pepinos, zuquini, pimientos, quel; papa, yuca, zanahoria, remolacha, rábano, vainilla, café.

Los huertos frutales están poblados de limón, naranja, mandarina, mango, papaya, guaba, capulí, nogal, aguacate, chirimoya. Por aquí y por allá están la caña de azúcar, plantas medicinales y aromáticas de clima frío y templado: manzanilla, toronjil, ataco, romero.

La chacra andina está representada por el maíz, frejol, sambo, limeño, zapallo. También se observa alfalfa, pasto, bambú, totora, papiro, ficu, penco, tunas, entre tantas otras especies vegetales por las que se cruzan y posan numerosas aves de coloridos espectaculares.

El agua lluvia es almacenada en varios pozos compactados por las raíces de la abundante vegetación colocada en sus alrededores y que a la vez funcionan como agentes naturales para “sembrar” el líquido, expresa Webster. En los pozos nadan plácidamente numerosos gansos, acompañados de gordas tilapias que a menudo salen a la superficie para atrapar insectos.

Las nuevas obreras se preparan

Al momento está en crecimiento una nueva población de aves con centenares de pollitas que en unos dos o tres meses estarán listas para empezar a trabajar la tierra. Cerca de 2.000 gallinas escarbarán y prepararán las sementeras para las nuevas siembras, además de poner sus huevos tan apetecidos por los habitantes de los alrededores y privilegiados clientes fijos en la ciudad de Cuenca.

Un remanente de las “obreras” anteriores está siendo entregado a las familias que con la debida anticipación han efectuado sus pedidos. Un caldo de gallina de Cachipamba es para otro cuento.

Junto a las gallinas que salen a la venta cada tres años, se mantiene también una reducida crianza de cuyes.

Parte del nuevo «pelotón» se forma para las próximas labores.

Es un apoyo a la naturaleza que comprueba que con la agricultura orgánica se puede convivir en abundancia, sin destruir los bosques nativos, a través de un trabajo asociado, explica Webster al grupo de periodistas que se asombra del trabajo logrado.

El proyecto se ubica a 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar, alberga en sus espacios productos de la Sierra y de la Costa, y la crianza de “gallinas felices” dedicadas al “pastoreo” en libertad por lo que no están sometidas al estrés de los corrales, entonces su carne es nutritiva al ciento por ciento y en niveles altamente saludables, sostiene.

Webster cuenta que desde niño tuvo una especial inquietud a favor de la naturaleza, la agricultura y el medio ambiente.

En la actualidad, con el proyecto Cachipamba han salido de sus fronteras geográficas para activarse con similares propuestas en otras partes de la provincia y el norte del país, específicamente en Cayambe y en el valle de El Chota.

No tienen ninguna relación con los organismos estatales, todo se lo hace en acción comunitaria. Gente dedicada a la agricultura orgánica de otras provincias y de otros países ha llegado al proyecto y ha quedado encantada.

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